Y la esperanza no desilusiona

Hay momentos cuando encontramos palabras conmovedoras que tenemos que compartir.  Recién un amigo cubano que vive en una situación muy difícil me envió una reflexión bíblica que era impactante para mí.  Ese hermano es un teólogo y pastor, un hombre de Dios.  Cuando lo conocí por primera vez cuando estuve en Cuba enseñando un curso, sabía que él y yo íbamos a ser excelentes amigos.  Por lo menos, es lo que yo deseaba.  Al escucharlo hablar y la sabiduría que tiene, sabía que él era una persona que me podría enseñar mucho.  Su vida es ejemplar en muchas formas y observarlo ha producido en mi mucho respeto por como Dios es y ha obrado en su vida.  Por ende, quise compartir su reflexión con ustedes.  Sus palabras y su exposición de la Palabra de Dios en medio de una situación difícil son muy relevantes para todos los que se encuentran en situaciones difíciles.  Disfruten su mensaje.  Me parece que es un mensaje de Dios a través de él, un mensaje para todos nosotros en este tiempo difícil.

“…la ceguera también es esto,

vivir en un mundo donde se ha acabado la esperanza”[1]

 

 

“Y la esperanza no desilusiona”

Buscando un centro bíblico en tiempos de Coronavirus

Manuel Gallardo

Ver a alguien adorar a Dios en medio su angustia es un hecho profundamente conmovedor. Nunca podré olvidar a aquella mujer piadosa que un joven pastor intentaba acompañar en su duelo. Había enterrado a su esposo años atrás, y ahora, la misma enfermedad que arrebató la vida de su esposo cobraba la vida de su hijo. Frente al féretro de su hijo esta hermana expresaba a Dios en voz alta: “En mi corazón no hay nada contra ti Dios sino gratitud por el tiempo que me concediste a mi hijo. Jehová dio y Jehová quitó, bendito sea el nombre de nuestro Dios.” Esa hermana me enseñó el himno: “Su gracia es mayor,” y, además, me mostró lo que significa cantar nuestra fe desde la angustia más desgarradora. O como lo dijera otro que supo redimir su angustia y adorar a Dios con una profunda convicción cristiana:

De paz inundada mi senda ya esté,

o cúbrala un mar de aflicción,

Cualquiera que sea mi suerte diré:

“Estoy bien, tengo paz, ¡Gloria a Dios!” [2]

Adorar a Dios sin actitudes escapistas, consientes del dolor que nos circunda y atraviesa, es una actitud honesta y comprometida con nuestra fe en cualquier época o circunstancia. No obstante, en tiempos de tanta vulnerabilidad se vuelve un verdadero desafío cantar nuestra fe desde el desconcierto que nos rodea. Entonces, ¿Cómo santificamos nuestros temores más profundos ante esta penosa situación que vive el mundo? ¿Qué le decimos a nuestra alma para que entone un canto de esperanza en tiempos tan desesperanzadores? ¿Hacia dónde mira el justo en tiempos semejantes? ¿Acaso puede socorrernos un Jesús sin cruz, una cruz sin resurrección, una tierra sin cielo, o un cielo sin tierra?

Entonces, invito a considerar el centro de la esperanza cristiana como fundamento imprescindible a través del cual santificar nuestros más profundos temores sin espejismos triunfalistas ni fatalismos apocalípticos. Esto, con el único propósito de adorar al Dios de nuestra esperanza desde nuestra vulnerabilidad más sentida.

¿Dónde estamos?

Hasta hace muy poco parecía que los desafíos que ofrecía el mundo para el hombre actual giraban en torno al sistema político más justo, la teoría económica más efectiva, la ideología de turno más progresista, entre tantas otras. Incluso para la cristiandad, el reto probablemente apuntaba a causas tan nobles como: la doctrina correcta, la forma más relevante de ser iglesia, la estrategia más efectiva, entre muchas más. Pero, honestamente, ¿qué razonamiento puede sostenerse en pie ante una amenaza como la que vive el mundo hoy? O como el poeta ha sugerido, “cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas.”[3]

Lo cierto es que la posmodernidad misma, el espíritu de nuestra época, ha recibido un golpe sin precedentes y nosotros con ella también. El mundo de teóricos, filósofos, sociólogos, economistas y politólogos podría haber dejado de existir como antes lo conocíamos en presencia de una crisis de semejante envergadura y de consecuencias aun por verse. El miedo a la muerte ha venido a ser patrimonio de la humanidad y la vida, en síntesis, ha pasado a ser el bien más preciado de todos. Un virus sacude al mundo y nos recuerda que nadie es inmune, que la muerte, en palabras de Timothy Keller, es irremediablemente impredecible e implacable.[4] A esto el propio Keller añade:

Es por eso que no importa qué tan precavidos seamos ni qué tan bien hayamos vivido; no importa cuánto nos esforcemos por mantenernos saludables, prósperos, cómodos con nuestros amigos y familias o exitosos en nuestras carreras, algo inevitablemente lo arruinará. (…) La vida humana es fatalmente frágil, y está sujeta a fuerzas que van más allá de lo que podemos manejar. La vida es trágica.

Todos sabemos esto por intuición, y aquellos que enfrentan el desafío del sufrimiento y el dolor llegan a entender muy bien que es imposible hacerlo utilizando solo nuestros propios recursos. Todos necesitamos ayuda para no caer en la desesperación.[5]

Entonces, ¿supondrá también para nosotros una manera diferente de entender nuestra vocación cristiana ante los contornos redefinidos de nuestra vulnerabilidad? ¿Podría significar una manera renovada de vivir nuestra fe? ¿Podría tal vez significar una nueva manera de hacer teología, o sea, la manera en que razonamos nuestra fe y su relación con el mundo? Cuando todo recupere “la normalidad,” ¿podría suponer este miedo compartido una nueva manera de hacer ministerio, o de ser iglesia más allá de los confinamientos actuales? ¿A qué le llamaremos normalidad después de esto?

En las redes sociales abundan placebos humanistas con los cuales intentar apaciguar una realidad inevitable. Pero, ¿qué puede anestesiar una conciencia tan excitada por el temor en días donde el estrés es tan pandémico como el propio virus? El pastor Sam Allberry, lo ha resumido recientemente en una frase tan arriesgada como honesta en su perfil de Facebook:

Tal vez Dios está dándonos exactamente lo que hemos estado buscando. Hemos priorizado el individualismo sobre la comunidad, lo material sobre lo relacional, y lo virtual sobre lo físico. Y ahora lo tenemos, tal vez más de lo que podemos manejar.[6]

Otros vaticinan plagas apocalípticas, dueños de textos sin contexto y portavoces de un dios “avenger.” Sin embargo, el más apocalíptico de los textos bíblicos no sólo habla de juicios y plagas, de jinetes de guerra, de hambre y de enfermedad sino de un jinete cuyo nombre es FIEL Y VERDADERO. Así que, el mensaje de fondo del género apocalíptico apuntaba a una esperanza consoladora para el pueblo de Dios en medio de sus sufrimientos presentes. Parafraseando al profesor Berend Coster “siempre que el género apocalíptico fue usado apuntaba a la revelación sublimada de Dios en la historia, un día vestido de los atributos de Dios.”

Buscando un centro bíblico de mira

En la epístola a los Romanos, el magnum opus Paulino, o con Tyndale y Lutero “el evangelion más puro,”[7] el apóstol se hace eco de una vieja verdad: “El justo vivirá por fe.”[8] Y esta realidad no solo señala a una verdad soteriológica[9] sino a una verdad escatológica.[10] Hay que decir, sin embargo, que para Pablo la escatología no era un conjunto de acertijos futuristas, para Pablo la escatología tenía ante todo una fuerte connotación pastoral y ética. Por sólo usar la carta a los Romanos, la escatología paulina es, por un lado, pastoral en cuanto al consuelo esperanzador que brinda (5:1-5, 8:18-39); por el otro, es ética en cuanto a su capacidad de modelar el comportamiento del creyente (13:11-14). Concentrémonos, pues, en esta escatología paulina de la esperanza en medio de nuestras circunstancias actuales.

En el capítulo 5, Pablo dice que la fe que justifica al pecador, sea este de trasfondo religioso judío o de trasfondo pagano gentil,[11] tiene tres beneficios cruciales: en primer lugar, paz con Dios (v. 1), o sea ha cesado la enemistad con Dios por medio de la justicia que Dios ha provisto a sus enemigos al entregar a su propio Hijo. En segundo lugar, acceso a la gracia inagotable de Dios en la cual podemos estar firmes (v.2a). En tercer lugar, la oportunidad de regocijarnos en la esperanza de experimentar la gloria de Dios (v.2b).[12]

Al advertir estas tres maravillas que resultan de haber sido justificados por la fe, Pablo quiere acentuar ahora un hecho que se desprende de estas verdades, a saber, la posibilidad de regocijarnos o gloriarnos en nuestras tribulaciones. Esto no significa que los creyentes han de abrazar alguna forma de estoicismo masoquista y regocijarse ciegamente en cuantos problemas tienen que enfrentar. Al contrario, la razón por la que Pablo sugiere que podemos regocijarnos en nuestras tribulaciones no es por la tribulación en sí sino en lo que las tribulaciones son capaces de producir en aquellos que tienen la esperanza de la gloria de Dios.

Entonces, según Pablo, la tribulación nos brinda la oportunidad de ejercitar la perseverancia, esto no es una paciencia conformista, el término en griego alude a la persistencia y constancia con que se espera lo prometido, alude por tanto al abandono de distracciones temporales para concentrarnos en lo que permanece y apremia, la esperanza de gloria. Esta perseverancia, a su vez, redunda en un carácter cristiano probado, una entereza o firmeza de carácter que resulta de someter a prueba la fe y perseverar en la esperanza a pesar de las circunstancias. Por tanto, es fe validada por la experiencia de aferrarse a la esperanza de gloria en medio de las tribulaciones, no es una fe teórica en un conjunto de conceptos abstractos acerca de Dios o el más allá, no es una mentalidad positiva de que todo va a salir bien. Antes bien, es confianza ejercitada, puesta a prueba, que produce un carácter perfeccionado para seguir creyendo en la esperanza de gloria que Dios ha prometido. En tercer lugar, las tribulaciones nos centran en la esperanza, y como tal, el clímax del argumento en la sección: paz, gracia y esperanza. Las tribulaciones permiten a los justificados por la fe deleitarse no sólo en su paz con Dios o afirmarse en la gracia a la cual ahora tienen acceso, las tribulaciones y sufrimientos permiten gloriarse en la esperanza de la gloria venidera a la que apunta la justicia recibida por la fe. En resumen, las tribulaciones permiten perseverar en la esperanza y tener un carácter ejercitado para aferrarse a tal esperanza. Keller añade una nota interesante:

(…) El sufrimiento es una de las principales razones por las que la gente cree y no cree en Dios, por las que algunos crecen y otros decrecen en carácter, y por las que Dios se hace menos real para algunos y más real para otros. (…) el gran tema de la Biblia es cómo Dios trae plenitud de gozo no a pesar de, sino a través del sufrimiento, así como Jesús nos salvó no a pesar de lo que sufrió en la cruz, sino a través de ello. Así que hay un gozo peculiar y conmovedor que parece obtenerse únicamente por medio del sufrimiento.[13]

Pablo amplifica las resonancias de esta relación entre los sufrimientos presentes y la esperanza futura en el capítulo 8 de la misma carta. La partícula condicional ‘si’ (v.17) da cierre a la primera sección del capítulo señalando que, el hecho de ser hijos y coherederos con Cristo[14] está condicionado a nuestra identificación con Cristo en los sufrimientos como requisito para (a fin de) obtener la glorificación. Entonces, el verso 18 abre una nueva sección comparando esta última idea con la supremacía de la esperanza de gloria: “Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada.”

Después de tan maravillosa afirmación, Pablo muestra el testimonio de tres testigos que alzan su gemir mirando a esta esperanza gloriosa. En primer lugar, Pablo describe cómo la creación anhela ardientemente la manifestación de la esperanza reservada a los hijos de Dios, al punto que en el presente gime cual dolores de parto en víspera de la libertad gloriosa de los hijos de Dios (19-22).[15] En segundo lugar, no sólo la creación gime, los que han sido justificados por la fe y andan por el testimonio de adopción que el Espíritu les ha impartido, gimen ansiosamente esperando que su cuerpo sea revestido de la glorificación como parte final de la adopción, esperando así recibir en su cuerpo lo que falta del generoso anticipo (primicias) del Espíritu Santo, a saber, la glorificación o el estado de gloria final. Porque en esa esperanza hemos sido salvos (v. 24) y aunque no sea visible tal esperanza en medio de un mundo que se descompone y gime, la perseverancia en ella nos hace aguardarla pacientemente (v.25, cf. 5:3). Ahora, el tercer y último integrante que suma su gemir al coro del capítulo 8 es el Espíritu Santo. Y este no gime o se lamenta por mismo como lo hace la creación o nosotros mismos. El Espíritu Santo gime por nuestra propia debilidad (e/o impotencia en el griego) de maneras indecibles. ¿En qué consiste tal debilidad? No consiste en que no oramos lo suficiente,[16] según este texto nuestra debilidad resulta de no saber cómo orar apropiadamente, esto es según lo que Dios quiere. Así que, el Espíritu nos socorre en nuestra impotencia e intercede por nosotros de una manera que no se puede explicar con palabras (indecible/inefable).

Esta realidad es aleccionadora, destruye nuestras pretensiones de creer saber todo lo que sucede a nuestro alrededor o de saber qué es exactamente lo que Dios quiere. De manera tal que el diagnóstico de Pablo sustituye cualquier vestigio de autosuficiencia por un lamento de impotencia compartido con la creación mientras aún permanezcamos en este “ya pero todavía no.” Por otro lado, destruye toda confianza en nuestra capacidad religiosa sustituyéndola por humildad (ya que no sabemos lo que Dios quiere) y dependencia en la oración (ya que el Espíritu tiene que socorrernos ante Aquel que escudriña los corazones). (v. 27)  

Ahora, una verdad asoma en el texto a modo de síntesis: “Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito.” (v.28) Pablo no se refiere a “lo que sucede conviene,” como versa el refranero popular. El apóstol indica que Dios tiene el poder de ordenar todas las cosas,[17] “tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada,” (v. 35) para el bien que tiene preparado desde antes para sus amados. Es menester notar que, la obra soberana de Dios descrita en los versos 29 y 30,[18] está escrita en clave pastoral, reforzando la idea de que: “ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios” (v. 38-39). No es una diatriba “predestinista” por parte del apóstol, al contrario, la Soberanía de Dios es el fundamento sobre el cual los que aman a Dios pueden estar seguros del amor inquebrantable de Dios en medio de sus circunstancias desfavorables. “El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con Él todas las cosas?” (v.32) Pero, ¿de qué cosas está hablando Pablo? De las cosas que Dios ha dispuesto a sus amados en su amorosa providencia. Así que, el fundamento de la victoria cristiana no está en que necesariamente Dios nos libre de toda forma de mal, tribulación o angustia en el presente, sino que “EN TODAS ESAS COSAS somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.” (v. 37)

Sin lugar a dudas, a partir de los momentos más dramáticos de la historia, incluida esta terrible pandemia, hay mucho que aprender como seres humanos, como sociedad, como iglesia y como cristianos. No obstante, interpretar estos eventos ha de ser ante todo un ejercicio cargado de identificación, de humildad, de arrepentimiento y no de arrogancia religiosa. ¿Quién podría sugerir que una pandemia semejante resultará en algún tipo de mejoramiento humano per se? No lo fueron las guerras del siglo XX, las cuales destrozaron el optimismo del hombre moderno y tampoco dejaron un mundo mejor. ¿Quién se atrevería en nombre de Dios, o a título personal, decir exactamente lo que Dios está haciendo a través de esta crisis global donde tantas personas vulnerables no reciben asistencia médica, otros mueren en las calles de nuestro propio continente y tantos quedan desempleados? Es una realidad que nos abruma aun cuando reconozcamos que Dios es Soberano y sepamos de memoria textos que ponen de relieve la Soberanía de Dios al estilo de Lamentaciones 2:17 y 3:37-38. Textos que lógicamente tienen su propio horizonte histórico. No obstante, ¿quién puede penetrar la mente de Dios y conocer sus decretos soberanos para un momento como este? El propio Pablo responde: “¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Pues, ¿Quién ha conocido la mente del Señor?, ¿o quién llego a ser su consejero?” (Rom. 11: 33-34) Por tanto, conviene asumir la lógica humilde que adora a Dios desde el lamento de nuestro “todavía no.” A tenor de la situación actual, el destacado teólogo N. T Wright ha propuesto recientemente una aguda observación:

            No es parte de la vocación cristiana, entonces, poder explicar lo que está sucediendo y por qué. De hecho, es parte de la vocación cristiana no poder explicar y lamentarse en su lugar. Como el Espíritu se lamenta dentro de nosotros, así nos convertimos, incluso en nuestro autoaislamiento, en pequeños santuarios donde la presencia y el amor sanador de Dios pueden habitar. Y de eso pueden surgir nuevas posibilidades, nuevos actos de bondad, nueva comprensión científica, nueva esperanza. ¿Nueva sabiduría para nuestros líderes?[19]

Entonces ¿qué diremos a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Rom. 8:31) Esta no es una invitación triunfalista a la temeridad, al orgullo religioso o a la irresponsabilidad en tiempos de coronavirus. Al contrario, esta es una invitación para que nuestros corazones descansen de su agonía sobre la base del amor inquebrantable de Dios para sus amados mientas gemimos anhelando la esperanza de gloria. Este no es un momento para comerciar con el temor de los no cristianos en nombre de Dios. No, es el momento de mostrar la esperanza de gloria desde nuestro gemir común y tal vez, desde la debilidad, nuestra fe sea más susceptible a ser abrazada y creída por quienes no la tienen. En tiempos de Coronavirus Dios no nos invita a contemplar con resignación nuestra realidad sino a santificar nuestra angustia con la esperanza de gloria. “Y tal esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado.” (Rom. 5:5) Así que, la esperanza no desilusiona, aunque la creación gime y nosotros gemimos porque el Espíritu intercede por nuestra debilidad con gemidos indecibles y el Hijo intercede por nosotros a la diestra del Padre (Rom.8.34) hasta que lo mortal se vista de inmortalidad.

 

Su gracia es mayor si las cargas aumentan;

Su fuerza es mayor si la prueba es ms cruel;

Si es grande la lucha mayor es su gracia,

Si más son las penas, mayor es su paz.

 

Su amor no termina, su gracia no acaba,

Un límite no hay al poder del Señor,

Pues de sus inmensas riquezas en gloria,

abunda su gracia, abunda su amor.

 

Si nuestros recursos se han agotado,

Si fuerzas nos faltan para terminar,

Si al punto ya estamos de desesperarnos,

el tiempo ha llegado en que Dios puede obrar. [20]


[1] José Saramago, Ensayo sobre la ceguera.

[2] Horatio G. Spafford, autor de la letra del himno: It is Well With My Soul [Estoy bien con mi Dios/Alcancé salvación en algunos himnarios], 1873. En 1871 muere su único hijo varón. Meses más tarde, Horatio pierde prácticamente todos sus bienes personales en “El Gran Fuego de Chicago,” quedando arruinado financieramente. En 1873, parece cifrar sus esperanzas en un viaje a Inglaterra junto a su esposa y sus cuatro hijas. De regreso, Horatio decide enviar antes a su familia en el Ville du Havre mientras él continuaba buscaba soluciones a sus grandes problemas financieros. Durante la travesía, el barco donde viajaba su esposa e hijas fue embestido por un buque inglés, entre las víctimas fatales estaban las cuatro hijas de Horatio. Su esposa logró sobrevivir y envió a Horatio un telegrama diciendo: “ÚNICA SALVA.” Horatio tomó el primer barco y viajó a encontrarse con su esposa. Cuentan que sobre el lugar del siniestro escribió la letra de lo que posteriormente sería el himno “Estoy bien con mi Dios.”

[3]  Mario Benedetti

[4] Timothy Keller, Caminando con Dios a través del dolor y el sufrimiento, (Colombia, Poiema Publicaciones,2018), p. 2.

[5] Keller, Caminando con Dios, p. 3-4.

[7] Martin Lutero se refirió a la carta de Pablo a los Romanos como: “la pieza más importante del Nuevo Testamento. Es Evangelio puro. Bien vale la pena a un cristiano no solamente memorizarla palabra por palabra, sino también vivir en ella todos los días, como si fuera el pan de cada día del alma.” Por su parte, William Tyndale, en su Prólogo a la epístola de los Romanos afirma: “(…) esta epístola es la principal y más excelente parte del Nuevo Testamento, y el evangelion más puro, es decir, las buenas nuevas y lo que llamamos el evangelio, y también una luz y un camino hacia toda la Escritura (…).”

[8] Romanos 1:17 cf. Habacuc 2:4

[9] Concerniente a la doctrina de la salvación.

[10] Concerniente a la doctrina de las últimas cosas.

[11] Según el argumento de Pablo tanto los unos como los otros estaban bajo pecado, los gentiles gracias a su trasfondo pagano, los judíos a pesar del suyo. Ver Romanos 1:18-3:20.

[12] En contraste con haber estado anteriormente separados de su gloria (Rom. 3:23).

[13] Keller, Caminando con Dios, p. 7.

[14] Esto es el testimonio de adopción que imparte el Espíritu a nuestro espíritu al que Pablo se ha referido desde el verso 1 al 17.

[15] La esperanza de la creación consiste en ser liberada de la esclavitud de la corrupción (Rom. 8:20) a la que ha sido sujetada (8:21) por Dios como consecuencia de la desobediencia de Adán (Gén. 3:17-19). En el primer Adán la creación es sujetada a maldición (esclavizada a corrupción) en esperanza (Gén. 3:15). En el segundo Adán la creación es liberada de su esclavitud, cuando los hijos adoptados sean liberados finalmente (glorificados).

[16] Una acotación es necesaria, el texto tampoco sugiere que no debemos orar. Esto abiertamente contradeciría al propio Pablo señalando en tono imperativo a los tesalonicenses “orad sin cesar.” (1Ts. 5:17) Así que, el texto no invita a dejar de orar, el texto alude al hecho de que nuestros corazones no saben lo que Dios quiere en este estado actual, y por ende no saben orar como conviene.

[17] Según algunos manuscritos antiguos: “Dios hace que todas las cosas cooperen para bien.”

[18] A saber: Conoció, Predestinó, Llamó, Justificó, Glorificó. Esta cadena de verbos en tiempo aoristo refuerza la idea de la Soberanía de Dios.

[19] N.T Wright, Christianity Offers No Answers About the Coronavirus. It’s Not Supposed To, (traducción del autor)

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[20] Himno #438, “Su gracia es mayor,” Himnario “Celebremos Su Gloria,” (LETRA:  Annie Johnson Flint, 1941).