
En el primer artículo sobre este tema compartimos cuatro consecuencias del consumismo para la iglesia evangélica. Esas cuatro eran:
Consecuencia # 1 – Los cristianos como clientes
Consecuencia # 2 – La Iglesia como supermercado
Consecuencia # 3 – El evangelio como producto
Consecuencia # 4 – El culto como un espectáculo
Ahora en esta segunda parte vamos a compartir cuatro más:
Consecuencia # 5 – Los pastores como vendedores
Un autor escribió, “El pastor promedio ha sido capacitado en asuntos religiosos. Sin embargo, al asumir el liderazgo de la iglesia, ¡se le pide que dirija un negocio! Es cierto que el negocio es una organización sin fines de lucro, pero sigue siendo un negocio. La iglesia está en el negocio del ministerio: buscar a las personas que necesitan el don de la aceptación, el perdón y la vida eterna que está disponible al conocer a Jesucristo. Para que la iglesia local sea un negocio exitoso, debe tener un impacto en una participación creciente de su área de mercado.”[1]
Para ese autor la iglesia es un negocio, el evangelio es un producto, por ende, los pastores tienen que ser hombres de negocio. Cuando el evangelio, nuestro único mensaje, la base de todo en la vida cristiana, llega a ser nada más que un producto que vendemos, no es de sorprenderse entonces que los pastores, los que están encomendados con ese evangelio, llegan a ser vendedores. Su preocupación llega a ser encontrar más clientes, mejorar la eficiencia de la tienda, elaborar un plan de marketing, y vender su producto. Y los vendedores más exitosos buscan agradar a sus clientes porque de esa manera se consigue más ventas.
Lo interesante de este fenómeno de los pastores vendedores es que no es algo nuevo. Pablo tenía que enfrentar gente como ellos, pero en vez de felicitarlos por su creatividad en presentar el evangelio o aplaudir su compromiso con “hacer más relevante el mensaje de Cristo”, Pablo advertía a la iglesia del daño de esa óptica del ministerio. Pablo lo veía como una amenaza, no como una estrategia para adoptar. Por ejemplo, en 2 Corintios 2:17, Pablo recordaba a la iglesia de Corinto, “Pues no somos como muchos, que comercian conla palabra de Dios. La palabra traducida “comercian” solo aparece aquí en toda la Biblia. Pero en su uso en el mundo secular esa palabra se refería a una persona que vendía sus productos en el mercado. Pablo usa esa palabra aquí para “cuestionar la autenticidad del ministerio de esa mayoría, describiéndolo en términos del comerciante minorista que vende sus productos en el mercado.”[2] En otras palabras, Pablo quería hacer una distinción entre su propio ministerio y el de los pastores vendedores que buscaban una ganancia a través de la palabra de Dios.
Más tarde en su última carta Pablo advertía a su emisario misionero Timoteo que “vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, 4y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.” O sea, la preocupación de Pablo es que iba a haber predicadores marketeando el evangelio y vendiendo sus versiones equivocadas del cristianismo, y más triste de todo es que la misma iglesia iba a aplaudir todo eso. Los creyentes, dice Pablo, van a buscar ansiosamente a esa clase de predicador. Esos vendedores van a ser los pastores más buscados, más honrados por la iglesia, una iglesia que se rinde al consumismo pensando que es el cristianismo verdadero, cuando en verdad es una imitación falsa.
Pero, si analizamos la Biblia nos damos cuenta de que los predicadores no son vendedores. Son agentes de un reino contra-cultural, portavoces de un rey que es Señor de todo, profetas anunciando una nueva realidad. El mensaje que predican no es de un cristianismo fácil, no es de un Dios domado, no es un mensaje consumista, más bien es un mensaje que llama a todos a arrepentirse, a una sumisión total al único Dios soberano. Ese mensaje no es muy popular, por ende, no es algo que se puede vender fácilmente. Por lo tanto, los pastores deben dedicarse más a la oración que a la venta, más al estudio que al activismo, más a una dependencia del Espíritu de Dios que al espíritu del marketing.
Consecuencia # 6 – La misión como un marketing
Para la iglesia consumista el éxito es el afán más notable. La iglesia cree que está en competencia con las demás empresas alrededor. ¿Quién puede llenar su edificio con más clientes? ¿Quién puede generar más ingresos? ¿Quién puede ofrecer los programas más relevantes? Por lo tanto, para poder salir adelante esta clase de iglesia cree que necesita dedicarse a la clave que marca una diferencia, el marketing. Un gurú de marketing para la iglesia comenta,
“La mayoría de las iglesias, según los estándares de marketing, son fracasos; es decir, no están maximizando su potencial de ganancias (es decir, ganancias ministeriales) …. Mi argumento, basado en un estudio cuidadoso de los datos …. es que el principal problema que afecta a la Iglesia es su incapacidad para adoptar una orientación de marketing en lo que se ha convertido en un entorno impulsado por el mercado.”[3]
Según este autor, lo que más le falta a la iglesia para el cumplimiento de su misión es implementar una estrategia de marketing. Él reconoce que vivimos en un mundo consumista entonces su solución es no luchar en contra de esa realidad, sino simplemente rendirnos ante la cultura alrededor. Según esta óptica la iglesia no debe imponer una contra-cultura, ni debe insistir en un evangelio que confronta y que cuestiona y que busca transformar la cultura. Más bien dicen que si la cultura es consumista, pues la iglesia debe ser consumista también. La consecuencia de esta estrategia es un cambio de enfoque en lo que es nuestra misión. Para ganar al mundo, según la óptica consumista, tenemos que ser relevante para el mundo, tenemos que apelar a los gustos del mundo, tenemos que conformarnos como iglesia al mundo.
Pero una iglesia que se conforma al mundo ya no va a tener la capacidad de ser un agente de transformación en el mundo, no va a tener una voz profética para corregir los errores del mundo. A fin de cuentas, una iglesia que ve su misión como el marketeo de sus productos religiosos, va a ser un esclavo a los deseos cambiantes de un mundo sin rumbo claro. De hecho, si nuestra misión es ser como el mundo, la misión ya es cumplida.
Consecuencia # 7 – La predica como una charlita terapéutica
En un mundo consumista es peligroso ofender a un cliente. Por ende, hay que medir con mucho cuidado las palabras que se usa. Cuando esta preocupación llega a la iglesia afecta como se comunica su mensaje. El predicador bañado en consumismo no va a querer ofender al oyente porque no quiere perder a un cliente. Entonces va a moldear su mensaje para agradar al cliente y para suplir las necesidades que el cliente cree que tiene en ese momento. Lo que resulta en muchos casos es un sermón bien comunicado, pero domesticado, un mensaje suave, pero insípida. Un sermón consumista está lleno de consejitos bonitos, algunos tips para una vida feliz, una gota de pseudopsicología con varios textos bíblicos incluidos.
Me hace pensar en Ezequiel 33:31 donde Jehová le dice al profeta, “Y vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como pueblo mío, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos con sus bocas, y el corazón de ellos anda en pos de su avaricia. 32Y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien; y oirán tus palabras, pero no las pondrán por obra.” La iglesia consumista busca a los predicadores que “cantan bonito”, es decir, que predican predicas muy lindas, prédicas que sueñan como cantos de amor, dulces mensajes que atraen a la gente, pero no les transforma, que entretienen, pero no los confronta.
Es costoso preparar prédicas profundas y bíblicas cada semana. Requiere un trabajo duro y concienzudo. Muchos pastores prefieren invertir su tiempo en otras cosas entonces con el poco tiempo que les queda ellos rápidamente juntan algunos consejos, algunas moralejas cristianas, o algunas recetas para una vida próspera y con eso piensan que pueden alimentar a la grey hambrienta. Pero, es como cuando una persona come muchos caramelos, al principio es muy dulce, pero después de poco tiempo se enferma.
Consecuencia # 8 – La santificación como una opción
Cuando los encuestadores analizan qué es lo que marca la distinción entre los cristianos evangélicos y las demás personas, algo curioso resulta. No hay mucha diferencia. En cuanto a moralidad, poca diferencia. En cuanto a la certeza de sus convicciones acerca de la Biblia, de Dios, y la salvación, tampoco hay mucha diferencia. Entonces, si no se ve una diferencia en mis convicciones y no se ve una diferencia en mi integridad, mi moralidad ¿Qué podemos concluir? Que mi religión no vale por mucho. Que el Dios que adoro no es nadie muy especial. Que la Biblia que leo, no es nada importante. Y que la cruz de Cristo que supuestamente es el momento decisivo de mi fe realmente no logró nada en mi vida. Uno de los problemas es que, para los cristianos consumistas, vivir una vida santa es algo opcional. No es algo esencial, no es algo sin el cual estoy descalificado. Si la santidad es opcional, significa que la obediencia también es opcional. Si la obediencia es opcional entonces la ley de Dios, los mandatos de las Escrituras obviamente no tienen autoridad. Y si no hay una autoridad …. Hemos vuelto al tiempo de los jueces, “En estos días no había rey en Israel (o sea, no había autoridad espiritual); cada uno hacía lo que bien le parecía.” Parece el lema de un mundo consumista.
La Biblia es clara, la santidad no es opcional. Escuchen la voz clara de Dios,
“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.”
“La voluntad de Dios es vuestra santificación.”
El consumismo ha entrado en la iglesia y su impacto ha sido fuerte y trágico. Ha traído una variedad de consecuencias que ha debilitado la iglesia y minimizado su impacto en el mundo alrededor. Pero no es demasiado tarde para resistir esa influencia. ¿La solución? Una iglesia donde Cristo reina y no el consumismo, donde es su palabra que rige como autoridad principal, no los gustos de la gente alrededor, donde su amor nos controla y no el mercado, donde el Espíritu Santo es nuestro poder y fortaleza, no el marketing, y donde la santidad es nuestra meta, no el éxito.
[1] George Barna, citado en Selling Jesus por Douglas Webster, Wipf and Stock Publishers, 2009, p. 31.
[2] Scott Hafemann, Suffering and Ministry in the Spirit, Eerdmans Publishing, 1990, p. 160.
[3] George Barna, Marketing the Church, p. 26-27.