La estación salvavidas

La estación salvavidas

 

Hace varios años escuché una ilustración acerca de la misión de la iglesia que realmente me impactó. Deseo compartirla con los demás:

 

Una vez en una peligrosa costa del mar donde a menudo ocurren náufragos, hubo una pequeña estación salvavidas cruda. Fue una operación simple con escasos recursos que incluía un solo bote pequeño. El edificio que albergaba a la tripulación no era más que una pequeña cabaña rústica con pocas comodidades. La tripulación era pequeña, sin embargo, cada miembro estaba profundamente dedicado a la tarea de salvar vidas, por lo tanto, vigilaba constantemente las aguas turbulentas del mar circundante. Sin pensar en sí mismos, salieron día y noche incansablemente en busca de los perdidos, a menudo en las situaciones más peligrosas.

 

Con el paso del tiempo, algunos de los que fueron rescatados, y varios otros que vivían cerca, querían asociarse con la estación y dar su tiempo, dinero y esfuerzo para el apoyo de su trabajo en agradecimiento por lo que la estación salvavidas había llegado a significar para ellos. Se compraron botes nuevos y se entrenaron nuevas tripulaciones. La pequeña estación salvavidas comenzó a crecer. 

 

A medida que la tripulación comenzó a aumentar, algunos de los miembros de esta estación salvavidas no estaban contentos de que el edificio fuera tan austero y mal equipado. Consideraron que debería proporcionarse un lugar más cómodo como primer refugio de los salvados del mar y como lugar de encuentro para la tripulación que trabaja arduamente. Reemplazaron las cunas de emergencia con camas dobles y colocaron muebles más finos en el edificio recientemente remodelado y ampliado. Se plantaron flores y se compraron decoraciones para arreglar la imagen de la estación.  Luego construyeron una gran sala de reuniones con la última tecnología y una cocina totalmente equipada. La nueva junta de la estación decidió instalar cámaras de video satelitales que permiten a las diferentes tripulaciones observar el mar desde la comodidad de la estación en lugar de tener que aventurarse en aguas turbulentas y correr el riesgo de lesiones y pérdida de vidas.

 

Con el paso del tiempo, surgieron discusiones entre los miembros sobre el valor real de su ahora poco frecuente actividad de salvar vidas. ¿No sería más rentable contratar a otros para proteger el mar y así permitir que el nuevo club de marineros se dedique al bienestar de su propia membresía creciente? Ya que muchos de los miembros originales de la tripulación eran bastante viejos y muchos miembros nuevos aún bastante jóvenes, ¿por qué exponerlos a todos a un riesgo tan peligroso? Y así, después de una votación un tanto dividida, el club de marineros redujo la mayoría de sus actividades salvavidas y decidió aumentar significativamente su calendario social. Hoy, si viaja por esta misma costa marítima puede notar un club de marinos bastante prominente estratégicamente ubicado junto al mar, pero tenga cuidado si viaja en barco, los náufragos son algo frecuentes en esas aguas, aunque muy pocas personas parecen darse cuenta.[1]

 

Esta breve parábola ilustra lo que sucede a menudo en muchas iglesias. Comienzan con una preocupación por su misión: llevar el evangelio a su vecindario y más allá, pero terminan como pequeños clubes preocupados principalmente por asuntos internos. No hay nada de malo con un buen edificio y programas de calidad para el ministerio de una iglesia hacia sí mismo. Sin embargo, cuando una iglesia pierde de vista su identidad como una comunidad misionera, un grupo de creyentes con una misión de salvar vidas, entonces esa iglesia ha perdido su verdadero llamado. Ha perdido de vista la comisión que Cristo mismo le ha dado a la iglesia como expresa Mateo 28:16-20, “Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado. 17 Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban. 18 Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. 19 Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; 20 enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.”

 

En esta “gran comisión”, nuestro victorioso Señor, Jesucristo, después de su resurrección convoca a sus discípulos para compartirles algunas palabras finales.  Su mensaje es sencillo, pero transcendente – los seguidores de Jesús, a consecuencia de que su maestro Jesús fue exaltado y le fue dado una autoridad universal, tienen que ir y hacer seguidores de Jesús entre todos los pueblos de la tierra.  Aunque en el desarrollo de esa misión va a haber siempre detractores, los seguidores de Cristo pueden tener la certeza de que la legitimidad de su misión no descansa sobre nada en ellos como misioneros, no descansa sobre su piedad o su conocimiento o los títulos que hayan obtenido.  Más bien la legitimidad de su misión descansa sobre el hecho de que el rey de toda la tierra les ha enviado.  Cristo Jesús, él que tiene una autoridad absoluta sobre cada rincón del universo y sobre cada persona dentro de la creación, les ha llamado a esa misión.  Por ende, los cristianos son agentes enviados por un decreto divino, no son voluntariados o gente que va por su propia cuenta para lograr sus propios planes.  Es ese llamado que hace legítima nuestra misión. 

 

Se cumple esa misión cuando una persona se bautice y aprenda a obedecer todas las enseñanzas que Jesús dejó.  O sea, la esencia de la misión no es transmitir nuestra propia cultura o las perspectivas de nuestra denominación, ni cosas por el estilo.  Nuestra tarea es anunciar el señorío de Cristo sobre la tierra y llamar a los pobladores de cada raza, cada lenguaje, y cada cultura a rendirse al rey de la creación.  Ellos demuestran esa sumisión y aceptación del decreto del rey cuando se bauticen y se sometan a sus enseñanzas. 

 

Un detalle más, los discípulos de Cristo no están solos en esa misión porque el Cristo-resucitado les promete estar con ellos con todos los recursos que le pertenecen.  Es decir, él nos acompaña en cada encuentro y en cada lugar siempre.

 

Entonces, la iglesia de Cristo en la actualidad no tiene por qué convertirse en un club social.  El rey de la tierra ha hablado, id y haced discípulos de todas las naciones.  ¡Qué la iglesia tome en serio esa gran comisión y cumpla la tarea que Cristo le ha dado!

 


[1] Aunque ha habido cuestionas sobre el origen de esta ilustración parece que viene de Thomas Wedel, “Ecumenical Review,” October, 1953, parafrasida en Heaven Bound Living, Knofel Stanton, Standard, 1989, pp. 99-101.