¿Es una violación de Hebreos 10:25 cuando la iglesia se reúne por internet en vez de cultos presenciales?

¿Es una violación de Hebreos 10:25 cuando la iglesia se reúne por internet en vez de tener cultos presenciales?  Muchos cristianos creen que sí.  Otros dicen que no.  Este nuevo debate ha surgido a raíz de la gran pandemia que está golpeando el mundo entero.  El debate ha causado cierto tipo de desunión entre los cristianos y no hay señales claras de que el debate termine pronto.  A raíz de esta situación, necesitamos acudir a las Escrituras para analizar este texto y ver si mantener una existencia virtual durante la presente crisis significa una violación de la exhortación de “no dejar de congregarse” encontrada en Hebreos 10:25.

Hebreos 10:19-25 dice, 19Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, 20por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, 21y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, 22acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura. 23Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. 24Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; 25no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.

Vamos a considerar varias observaciones que este importante texto revela:

Debemos entender el contexto

El autor comparte los grandes recursos y privilegios que los cristianos disfrutan debido a la muerte expiatoria de Cristo y su papel actual como su gran sumo sacerdote. Pero estas maravillosas bendiciones también implican ciertas responsabilidades. En Hebreos 10: 19-25 el autor comparte tres grandes responsabilidades que estos cristianos deben cumplir. Estas tres responsabilidades están señaladas por tres imperativos:

a. “Acerquémonos” (v. 22)

b. “Mantengamos firme la confesión de nuestra esperanza” (v. 23)

c. “Consideremos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras” (v. 24)

Estos tres imperativos son el énfasis principal de esta sección de las Escrituras.

Debemos notar el rol del llamado a “no dejar de congregarnos” en su contexto

Este llamado es una declaración de apoyo, no una declaración primaria. Es decir, la tercera responsabilidad principal es que cada creyente tiene que reflexionar sobre cómo todos los hermanos de la iglesia pueden impulsar a los demás a poner en práctica de una manera concreta su fe.  Específicamente animar a todos a expresar su fe a través del amor y las buenas obras. El autor dice que una de las formas esenciales de poder lograr esto es reuniéndose. ¿Por qué? Porque es a través del contacto entre hermanos que podemos animarnos unos a otros a realmente vivir nuestra fe. Esto muestra la gran importancia de que los cristianos estén juntos. Pero es importante entender que el congregarse entre hermanos no es un fin en sí, sino es un medio hacia el fin de impulsar una fidelidad en todos los miembros de la iglesia.

Debemos preguntarnos, ¿cómo se reunieron los cristianos del primer siglo?

Tendemos a ver el concepto de “congregarse” a través de una lente del siglo XXI y pensamos que congregarse significaba para ellos lo que significa para nosotros en la actualidad: con un gran servicio público de adoración que incluye canciones, una prédica, una ofrenda, etc. y con todos sentados en bancos mirando al frente, escuchando al pastor. Pero ciertamente este no es el caso. Considera lo siguiente:

¿Cómo se reunió la iglesia del primer siglo? Piensa en la asombrosa cosecha espiritual producida en los primeros capítulos del libro de los Hechos. Miles de personas creyeron en Jesús, haciéndose cristianos.  Sin embargo, ¿cómo se reunieron? No había edificios dedicados al culto cristiano. De hecho, la evidencia más clara muestra que la iglesia se reunía principalmente en casas, lo que implica que no era posible reunir a todos los creyentes en un solo lugar, excepto quizás en ocasiones especiales. De hecho, un erudito del Nuevo Testamento Jerome Murphy-O’Connor escribió:

“Las casas particulares fueron los primeros centros de la vida de la iglesia. El cristianismo en el siglo I d.C., y durante mucho tiempo después, no tuvo el estatus de una religión reconocida, por lo que no se trataba de un lugar de reunión público, como la sinagoga judía. Por tanto, había que hacer uso de las únicas instalaciones disponibles, a saber, las viviendas de familias que se habían hecho cristianas. ” [1]

Murphy-O’Connor, basándose en hallazgos arqueológicos en Corinto, estima que las casas promedio en el mundo del primer siglo quizás podrían acomodar a máximo unas 50 personas. No obstante, otro erudito, hablando de la situación en Roma comenta que necesitamos “una revisión del concepto predominante de iglesias en las casas, porque la mayoría de la población de estos distritos vivía en bloques de edificios.” O sea, era gente más pobre que vivía en edificios tipo departamentos.”[2]  Esto significa reuniones de grupos mucho más limitados.  Luego Murphy-O’Connor concluye, “Parecería, por tanto, que una reunión de toda la iglesia (Romanos 16:23; 1 Corintios 14:23) fue excepcional; simplemente habría sido demasiado incómodo.” [3]

Esto significa que las reuniones principales estaban formadas por grupos pequeños, quizás subgrupos de la iglesia “entera” en una zona de la ciudad en particular. Entonces, cuando el autor de Hebreos declara que los creyentes no deben dejar de reunirse, ¿tiene en mente una reunión pública de cada miembro en un edificio reservado para la “Iglesia”? Probablemente no. Sin duda se estaba refiriendo a cualquiera de los diversos tipos de reuniones que la iglesia tenía para que los creyentes se animaran unos a otros para continuar adelante en la fe.  O sea, eran reuniones en casas de varios creyentes para fortalecerse mutuamente en la fe.  Por ende, nuestro concepto de “congregarse” tiene que ajustarse radicalmente a la realidad de los creyentes del primer siglo.  El autor de Hebreos 10:25 tenía en mente más que nada cristianos juntándose en una variedad de contextos y tiempos para estimular los unos a los otros a poner en práctica su fe.

Algunos de los miembros tenían “la costumbre” de no reunirse.

Es decir, el problema NO es que una fuerza o grupo externo, por ejemplo, el gobierno, estuviera prohibiendo las reuniones de la iglesia, sino que algunos de los cristianos se negaban a reunirse con otros cristianos. Esos miembros de la iglesia rehusaban la invitación de reunirse para exhortarse.  O sea, habían desarrollado el hábito de no reunirse con otros cristianos. Se desconoce la razón exacta de esto, pero el hecho es que fue una decisión del individuo no reunirse con la iglesia, no una decisión de la iglesia o del gobierno. En otras palabras, el problema fue el rechazo de algunos cristianos a reunirse con otros cristianos. Y este rechazo se había convertido en su forma normal de vivir su fe. El erudito Philip Hughes comenta:

“El fracaso del amor se manifiesta, entonces, en el individualismo egoísta, y concretamente aquí en el hábito de algunos de descuidar el encuentro. Tal indiferencia por los hermanos en la fe argumenta despreocupación por el mismo Cristo y presagia el peligro de la apostasía … Por lo tanto, es importante que la realidad del amor cristiano se demuestre en las relaciones personales y las preocupaciones mutuas de la comunidad cristiana “.[4]

No hay duda de que la comunión de la Iglesia es una parte esencial de la protección y el crecimiento espiritual y siempre debe ser una prioridad para todo cristiano. Sin embargo, debemos entender que la situación problemática que se aborda aquí es la de los cristianos que se niegan a reunirse con la Iglesia y, por lo tanto, ponen en peligro su vida espiritual y descuidan su responsabilidad de ser parte de la estimulación de otros para el crecimiento espiritual.

Lo opuesto a “dejar de reunirse” es exhortarse unos a otros.

El punto no era simplemente asistir a una reunión de la iglesia reunida. El llamado no era congregarse por congregarse.  El verdadero punto era participar activamente en el progreso espiritual de los miembros de la iglesia. Esto demuestra que no era el trabajo del pastor o de los líderes solamente el de incitar a otros al amor y las buenas obras. Era una función de toda la iglesia. El autor dice que, en lugar de negarse a reunirse, cada santo debería animar a los demás santos. Este es el verdadero asunto. La vida es dura y el progreso espiritual es lento y arduo. Por lo tanto, nos necesitamos los unos a los otros y debemos encontrar formas de involucrarnos mutuamente para el ánimo mutuo y la estimulación espiritual. Esto se puede hacer de diversas formas y se hizo de diversas formas en la iglesia del primer siglo.

Nuestro problema es que pensamos que la iglesia siempre se ha reunido como nos reunimos en la actualidad y que estaba estructurada como estamos ahora, con templos propios, con cultos formales, con un pastor, etc. Esto está muy lejos de la verdad.

La frecuencia de las reuniones era cada vez más necesaria a medida que el mal crecía y se extendía.

El autor dice que en estos días malos y problemáticos, debemos animarnos activamente unos a otros. No estaba abogando por más cultos públicos de toda la iglesia. Abogaba por que los cristianos se involucraran en la vida de otros cristianos. Su preocupación era que algunos miembros se aislaban de la familia de Dios y no cumplían su responsabilidad de impulsar el crecimiento espiritual en los demás, y no recibían el apoyo necesario para seguir adelante ellos mismos en la fe.

Conclusión

Si preguntas, ¿debería la iglesia seguir reuniéndose a pesar de la pandemia que estamos enfrentando? La respuesta, por supuesto, es sí. Sin embargo, la respuesta debe estar matizada con más precisión. Evidentemente, reunirse no requiere grandes reuniones públicas, como tampoco significó eso para la iglesia del primer siglo. Por ende, incluso en medio de una pandemia, cuando las reuniones públicas están suspendidas o son menos comunes, la Iglesia puede y debe cumplir con esta responsabilidad de animarse mutuamente y estimularse mutuamente para vivir nuestra fe con amor y buenas obras. Esta debe ser una forma de vida, no una fe caracterizada por meramente una reunión dominical. Así fue como la iglesia del primer siglo vivió su fe y así es como podemos y debemos vivir nuestra fe hoy.

¿Anhelamos estos tiempos juntos? Por supuesto que sí.  Sin embargo, cuando Hebreos 10:25 dice que no debemos dejar de congregarnos, no contempla lo que muchos de nosotros visualizamos – el culto dominical en un edificio reservado, con banda y púlpito y toda la iglesia presente. No era la realidad de la iglesia del primer siglo.

En estos tiempos especiales y problemáticos la iglesia de Cristo aun sin reunirse con toda la iglesia en un solo lugar, puede cumplir su propósito y puede ir fortaleciéndose y exhortándose a expresar su fe con amor y buenas obras.  Requiere lo que el autor de Hebreos pide, que considerémonos los unos a los otros, que reflexionemos sobre las mejores formas de estimularnos al amor y las buenas obras.  Las restricciones son temporales.  Pronto pasarán y la iglesia pueda volver a sus actividades normales.  Pero por mientras, la iglesia puede seguir siendo la iglesia aun en medio de la presente crisis.


[1] Jerome Murphy-O’Connor, St Paul’s Corinth, p. 153.

[2] Robert Jewett, Romans, p. 63.

[3]Murphy-O’Connor, p. 158.

[4] Philip Hughes, Hebrews, p. 415.