1. Introducción

            Leyendo un artículo por Weldon Hardenbrook, encontré esta ilustración.  Hace veinte años murió la gran actriz Lucille Ball a los 77 años.  Antes de su muerte se hizo una entrevista donde le preguntó a Lucy, “has vivido muchísimos años, ¿Qué es lo que está pasando en nuestro país?  ¿Qué pasa con nuestros hijos?  ¿Por qué nuestras familias están sufriendo?  ¿Qué falta?”  Esa gran cómica dio una respuesta breve pero muy clara.  Dijo ella, “falta papá.  Las cosas van mal porque papá se ha ido.  Si papá estuviera aquí, él lo arreglaría.” Interesante, ¿no?  Creo que Lucille Ball ha tocado algo muy importante.  Otro autor dice, “Hay un debate, aun espanto, sobre ciertos problemas sociales. El divorcio.  Hijos nacidos fuera del matrimonio.  Niños viviendo en pobreza.  Violencia entre los jóvenes.  Vecindades inseguras.  Violencia domestica.  La debilidad de la autoridad de los padres.  Pero en todas esas conversaciones, rara vez reconocemos el fenómeno básico que junta todos estos asuntos generalmente distintos: la fuga de los varones de la vida de sus hijos.”  Tanto la gran actriz Lucille Ball como este autor, como probablemente muchas personas más han llegado a la misma conclusión: uno de los problemas principales con la sociedad y con el hogar es que “Papá se ha ido”. 

            Lamentablemente nosotros como cristianos no somos exentos de ese mismo problema.  Aun cuando “no hemos ido”, cuando todavía estamos aquí en el hogar o en la iglesia, hay veces cuando parece como si nos hubiéramos ido.  Es decir, a veces estamos aquí en cuerpo, pero el corazón está en otro lugar. O sea, no estamos ejerciendo la influencia positiva que debemos, que la familia o la iglesia necesitan.  Es como si nos hubiéramos salido de la casa.